Te presento a mis hombres: Yakito, Pepe, Mojito… y todos los que lleguen. Ellos han formado un capítulo de mi vida que nunca olvidaré y del que quiero seguir disfrutando, aprendiendo y emocionándome con historias nuevas…
Mi historia comienza con él…
Vito
El día que atropellaron a mi perrito Vito creí que no podría superarlo. Puede que haya personas que no sientan o comprendan estos sentimientos, pero también puede que en alguna otra circunstancia hayan sentido que no podían seguir adelante (cada uno vive sus momentos y circunstancias desde su perspectiva, situación o emoción distinta… por lo que creo que cada una es totalmente respetable) y hoy quiero compartir contigo una de las que más me han marcado a mi.
Llevaba meses esperando a que naciera y preparé hasta la mantita con la que iría a recogerle, su cuna, su primer abriguito. Escogí a mi mejor amiga para que me acompañara en un día tan especial… y así lo vivimos. Por fin iba a tener mi perro… Bueno, en el fondo buscaba una perrita para llamarle Lola pero es cierto que los perros te eligen. Cuando llegué a su casa y los cachorros estaban jugando, el único que se volvió loco al verme y no paró de darme mordisquitos fue él: el de las orejas caídas (puede que por ser distinto a otros quisiera que le prestara más atención). Me recordó la historia del “Patito feo” y lo distinto que nos podemos sentir a veces dentro de la sociedad… así que le abracé con esa mantita y entre todos le pusimos nombre: VITO (que luego entre mis amigos ha tenido otras versiones: Vitito, Vitico, Pito)
Me parecía mentira que una cosa tan pequeñita me trajera a casa tantos momentos de risas, de juegos, de aprendizajes, de volverme loca, de trastocar toda mi vida y mis horarios… pero qué feliz me hacía todo eso. No se dónde aprendió a tirar la pelota dentro de las bolsas del supermercado para tener excusa y meter la cabeza tras la comida… no se dónde le enseñaron a reconocer mi alarma cada mañana y venir a despertarme con miles de lametones, desconozco de quién aprendió a dar con la pata a la pantalla del móvil cuando yo estaba mirando mi whatsapp y así conseguía que le hiciera caso.. no se cómo se ponía a tiritar en mi cama cuando yo estaba con gripe o fiebre… o cómo apoyaba su cabecita en mi tripa cuando notaba que estaba con la regla.
Si se quién le enseño a “chocar los cinco” con una pata, quién le enseñó a nadar en la piscina, se quién jugaba al escondite con él por la casa (Paula, que mérito has tenido con el miedo que te dan los perros), se quien le daba chuches a escondidas, quién le perseguía por el pasillo (mamá creo que te has hecho maratones enteras con él por toda la casa), quién le ponía ropa de las muñecas, quién le intentaba dar de comer con cuchara (Carla, la papilla es para las niñas pequeñas, no para los perritos… de la misma manera que tú tampoco te puedes comer su pienso cariño), se con quién se iba de paseo por los montes de Zuera y volvía “asilvestrado” a casa, se quién se hacía el solomillo muy hecho para darle por debajo de la mesa en las comidas familiares (si, sabía que le estábais dando porque luego no quería su pienso y porque volvía a casa con medio kilo más en la báscula), se quien le traía regalitos a la radio o se lo ponía en sus rodillas mientras hacíamos una entrevista, se quién se lo ha llevado al cine metido en su bolsito (nunca diré quién fue, qué cine ni qué película vieron ja ja), y se cuántos le han querido… porque han sido muchos y eso jamás lo olvidaré.
Todavía le busco con mi pierna algunas noches por si sigue hecho una bolita en la esquina de mi cama, me cuesta escuchar la canción de mi despertador sin emocionarme, pasar por los túneles con el coche sin que se intente poner sobre mis rodillas porque le daba miedo la oscuridad… Nunca había experimentado una convivencia de amor incondicional tan grande, compañía y cariño como ésta… y por eso supongo que la tristeza ante su pérdida todavía da coletazos. Alguien me dijo tras su muerte cuando me sentía tan desolada, sola y triste: “Deja arrugas y patas de gallo, pero el duelo hay que vivirlo y es tan importante como vivir la alegría”.
Así lo hice, y agradezco a todas las personas que en esos meses de duelo han estado a mi lado, me han dado la mano, me han vuelto a sacar sonrisas, me han llevado a pasear, me han traído chuches a casa, me han animado a hacer deporte y correr, me han acompañado en los desayunos, y los que siguen recordando historias y momentos que vivieron con él.
Yakito
Todo eso ha sido mi mejor terapia y proceso para pasar el duelo…. y luego llegaron más sorpresas. Yo todavía no estaba preparada para tener a otro perro pero, si Vito me había dado tanto amor y cariño, yo quería devolverle a la vida la oportunidad que me dió de disfrutar momentos inolvidables con él. Decidí regalar cariño y dar calor a otros perritos que no tuvieron tanta suerte como Vito y que se abandonan. Así que os presento a Yakito, mi primer perro de acogida.
Era un abuelito que venía del sur de España, que nunca había salido a la calle y tal vez por eso caminaba tan despacio. Después de empapelar el suelo de la casa con periódicos, tuve que enseñarle lo que era un árbol y lo que tenía que hacer ahí…. empezó a relacionarse con otros perros en la calle, aprendió a jugar tras una pelota (iba detrás y la cogía pero nunca llegó a devolvérmela ja ja)… nunca olvidaré las tardes en las que se quedaba a mi lado mientras yo preparaba mis sesiones o trabajos…
En cuanto puse su foto en Facebook, una familia de San Mateo se puso en contacto conmigo. El padre había transmitido a sus hijas la importancia de no abandonar a los animales y querían adoptar a un perro que precisamente fuera mayor o no quisieran para darle el calor de un hogar y una familia. (Gracias Sofía, por querer a Yakito desde que llegó a tu casa, por esperarle con su primera cuna y por mandarme tantos vídeos cuando le echo de menos).
Pepe
Y luego llegó este “loquito” a mi casa. Que me encantó porque yo por las mañanas casi estoy tan despeinada como él….
La protectora de Zaragoza me avisó de que era otro abuelito en una jaula que ni siquiera tenía chip ni nombre así que le pusimos uno entre toda la gente que me escribió en Facebook. Os presento al nuevo PEPE.
Este era todo lo contrario porque, a pesar de sus 13 años, tenía una vitalidad increíble¡ Daba saltos hasta la encimera de mi cocina y llegaba a cogerme la comida, tenía que tener cuidado porque se me iba detrás de todos los perros y era tan listo que sabía cómo pedirme que le pusiera más agua o que le tirara la pelota. En sólo unos días se hizo con el cariño de todos los vecinos de mi barrio (es que Pepe era mucho Pepe…)
Ser casa de acogida me está llenando de nuevo de momentos especiales, de risas y sobre todo de la sensación tan bonita de estar cuidando a perritos a los que la vida si les da una segunda oportunidad. Por eso os animo a que adoptéis un perrito o, en caso de que no podáis, al menos seáis casa de acogida para aquellos casos urgentes en los que se intenta evitar que un perrito pierda a su familia y tenga que quedarse en una jaula (me da un escalofrío cuando escucho algunas historias como la de una perrita mayor a la que se le ha muerto su dueña y ahora está en una jaula esperando encontrar un nuevo hogar).
Gracias a todos los que adoptáis, a las protectoras, asociaciones, grupos, colectivos…. todos los que creéis que es posible darles una nueva oportunidad a estos animales que nos dan tanto.
Y antes de despedirme, déjame que te presente a mi nuevo acompañante. ¿Quieres que te presente a Mojito?
Mojito
A Mojito también le abandonaron a los pocos meses de nacer, ni siquiera sabíamos nombre ni el tiempo exacto que tenía así que decidimos que su cumpleaños sería el 24 de diciembre (regalo de Papá Noel). Y digo “decidimos” porque es un perrito en custodia compartida (otra modalidad de adopción ¿no?).
Como tiene dos casas, igual que un niño pequeño sabe qué hacer y cómo comportarse en cada una de ellas, porque es muy listo. Así que tenemos que ir los tres la veterinario y al adiestrador para que nos den instrucciones a cada uno y que nos vuelva locos a todos. Se supone que después de un año iba a tranquilizarse pero de momento no da señales de que bajen sus revoluciones de juego, saltos o mordiscos. Su diagnóstico dice que tiene hiperactividad y síndrome del abandono, y la mejor terapia para eso es jugar con él todo el rato y darle mucho, mucho y mucho amor. ¿Sabéis lo feliz que me hace?
Pues esta es mi historia con los peludos que me han llenado de tanto amor y al que les estoy inmensamente agradecida porque me han devuelto la sonrisa. Si tú también tienes una historia que quieras compartir te invito a que lo hagas en este blog.
Ains nenita…es lo que tiene la intensidad de sentimientos, cuando son para mal, a los “intensitos”, nos duele mucho más… en cualquier caso la intensidad es maravillosa, es electricidad, pulsión, indicador de vida…
Uy, el mío se llama Nicolás. Ahora le llamo para que nos hagamos mimitos. Lo de Vito, tremendo. ???